Las vacaciones son algo definitivamente necesario, es salir de la rutina, es tener descanso mental de lo que se hace diario por costumbre .
Cuando se presenta la oportunidad de un viaje es una buena experiencia, por tierra es disfrutar de paisajes hermosos, por mar igual las olas y las puestas de sol son insuperables y el viajar por avión también tiene su encanto visual desde las alturas pero... Que horrible son los aviones, realmente desde antes de subir yo soy de las personas que sufre y si hay turbulencia ¡que martirio! la mano de mi hija siempre queda como chicharrón.
En silencio sufro y rezo todas las oraciones que me se desde niña e improviso unas cuantas más, ofrezco y prometo mil cosas a cambio de pisar tierra con bien y volver a abrazar a mi familia.
En mi caso tomar tranquilizantes no es opción porque me tiran por mas de doce horas así que me la aviento a la viva México como se dice popularmente.
Después de un momento y sin que se mueva tremendo aparato puedo dormir pero acabo toda chueca, a veces pienso que los aviones me odian y al verme subir se ensañan conmigo (jajaja) de verdad parece una posibilidad desde mi punto de vista.
Los asientos sea la clase que sea son incómodos a morir o será que la incómoda soy yo y si el vuelo dura mas de cuatro horas ya me dio el ahogo de la ansiedad o el síndrome infantil de ¿ya vamos a llegar?
El volar conmigo no es nada divertido, no me gusta pero es una opción que no puedo evitar, lo malo es que creo que a mi hija se lo he contagiado un poco, mi esposo se sube y parece que lo noquean porque se duerme de corrido y mi hijo... Bueno el es otra cosa, se pone los audífonos y se transporta quien sabe a que concierto y de plano lo pierdo.
A los 40 me declaro con gran fobia y negada a los aviones, ni modo otra cosa mas a lista por superar.
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